martes, 26 de mayo de 2015

La Gnosis, Alicia, el Conejo Blanco y el Gato


“Tampoco le pareció a Alicia muy extraño oír que el conejo se decía a sí mismo: «¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Voy a llegar tarde!»…/... Pero cuando el conejo se sacó un reloj de bolsillo del chaleco, lo miró y echó a correr, Alicia se levantó de un salto, porque comprendió de golpe que ella nunca había visto un conejo con chaleco, ni con reloj que sacarse de él, y, ardiendo de curiosidad, se puso a correr tras el conejo por la pradera, y llegó justo a tiempo para ver cómo se precipitaba en una madriguera que se abría al pie del seto. Un momento más tarde, Alicia se metía también en la madriguera, sin pararse a considerar cómo se las arreglaría después para salir.”

Con el mismo impulso con el que Alicia ingresa la madriguera del conejo blanco, ingresamos en las escuelas gnósticas. En el momento en que entramos en la madriguera interior no  sabemos nada de esoterismo o, si pretendemos saber, no comprendemos el transfondo psico-sexual de la transformación interna necesaria en el ser humano.

Como Alicia, seguimos un impulso que nos hace descender al centro de la Tierra (de nosotros mismos) y allí comenzamos a conocer las enseñanzas gnósticas, revolucionarias y transformadoras.

En ese descenso a nuestra tierra interior encontramos un trabajo muy difícil y lleno de obstáculos. Entramos a ese “lugar” sin saber cómo salir, buscando el camino, la puerta… 

Hasta allí hay una simbiosis entre nuestras inquietudes espirituales y el trabajo propuesto. Nos hacemos preguntas y la Gnosis nos enseña las claves mediante las cuales podemos buscar las respuestas en nuestro interior.

Pero para muchos de nosotros, la búsqueda de la puerta se convierte en un laberinto cretense, del cual no podemos escapar. Y lejos de usar el hilo de Ariadna, quedamos enredados en las telarañas de la mente… Nuestra apreciación subjetiva de la enseñanza nos envuelve y nos hipnotiza. Primero estudiamos lo atractivo y difícilmente llegamos a lo fundamental. La mente quiere satisfacciones y empezamos a leer historias y vivencias maravillosas e, impacientes, queremos resultados inmediatos. No los conseguimos y buscamos el refugio en la labor grupal de difusión, con instituciones cada vez más complejas y divididas. Como nada se nos da regalado, nuestros avances son lentos y nuestra comprensión limitada. Nuestra impotencia nos pone a la sombra de los maestros y a las órdenes inapelables de los líderes… seguimos ciegamente los dogmas y los impulsos de otros… corremos sin cuestionar, obedecemos sin conocer, obramos sin tomar consciencia…

Poco a poco perdemos los objetivos, no logramos ser más que imitadores, no conseguimos cristalizar la auto-gnosis, seguimos dependiendo de lo que otros han dicho y dicen, han hecho y hacen… todo esto nos lleva a una gran confusión y la Gnosis, paradójicamente, pasa a ser un dolor de cabeza y se convierte en una escuela pseudo-esotérica más. 

Nos atamos al dogmatismo, al intelectualismo, al servilismo (que tanto criticábamos en un principio), y no reparamos en que la Verdadera Gnosis no está atada a esquemas doctrinarios. No sabemos diferenciar entre un orientador y un  dictador, y preferimos obedecer a comprender… 

Nos olvidamos que la Gnosis no es una doctrina… es “la Verdad”… Nunca ha sido una enseñanza específica, sino el mismo autoconocimiento; nunca ha sido el camino, sino la clave para recorrer nuestro propio camino.

Metidos en los dogmas (en los “dogmas gnósticos”), practicando mecánicamente lo que no comprendemos, siguiendo ciegamente a personas, vamos perdiendo el objetivo. Y vamos dejando atrás los dulces impulsos del amanecer esotérico, cuando todo nos parecía nuevo, cuando veíamos con ojos asombrados la posibilidad de responder por nosotros mismos a nuestras mayores inquietudes espirituales…

Nos movemos entre los polos de la apatía  y la euforia descontrolada, tropezando constantemente con nuestros propios errores. Mientras seguimos buscando, atados a los viejos esquemas, no sabemos a dónde queremos llegar. Y aquí es donde debemos preguntarnos si estamos realmente recorriendo nuestro camino o sólo participando alegremente de una escuelita más. Si estamos tras la Verdad o caminando detrás de otra gente, sin saber a dónde vamos… Si tras nuestras prácticas y nuestros sacrificios hay una meta o sólo el conformismo de creernos participes de “algo”.

Y como en el cuento de Alicia  en el país de la Maravillas, deberíamos escuchar al gato, el mismo gato que ha representado el fuego sexual transformador en muchas culturas y, como tal, la puerta de entrada a la iniciación:

“Minino de Cheshire, ¿podrías decirme, por favor, qué camino debo seguir para salir de aquí?
-Esto depende en gran parte del sitio al que quieras llegar - dijo el Gato.
-No me importa mucho el sitio... -dijo Alicia.
-Entonces tampoco importa mucho el camino que tomes - dijo el Gato.
- ... siempre que llegue a alguna parte - añadió Alicia como explicación.
- ¡Oh, siempre llegarás a alguna parte - aseguró el Gato -, si caminas lo suficiente!”

Quizás sea el momento, para muchos, de dejar de caminar sin importar a dónde vamos… de comenzar a andar con un rumbo, de preguntarnos a dónde queremos ir…

Embid A.Maciel

domingo, 24 de mayo de 2015

La Paloma Real


 Nasruddin  llegó  a  ser  primer  ministro  del  rey.  En  cierta  ocasión,  mientras deambulaba por el palacio, vio por primera vez en su vida un halcón real. 
Hasta entonces, Nasruddin jamás había visto semejante clase de paloma. De modo que tomó unas tijeras y cortó con ellas las garras, las alas y el pico del halcón. 
«Ahora  pareces  un  pájaro  como  es  debido»,  dijo.  «Tu cuidador  te  ha  tenido  muy descuidado».
  
¡Ay de las gentes religiosas que no conocen más mundo que aquel en el que viven y no tienen nada que aprender de las personas con las que hablan! 


Cuento de Nasruddin comentado por Anthony de Mello

lunes, 11 de mayo de 2015

El proceso de dormir

El proceso de dormir es muy similar al de morir. Esa es la razón por la que es tan importante meditar tanto cuando estamos completamente despiertos como cuando estamos quedándonos dormidos. Si practicamos la meditación con un alto nivel de concentración podemos detectar los cambios que ocurren en nuestra mente cuando estamos quedándonos dormidos. El elemento blanco masculino fluye desde la parte alta de nuestra cabeza hacia el nivel del corazón y el elemento femenino rojo sube hacia el corazón desde la parte inferior del cuerpo. Cuando ambos se encuentran ocurre una pérdida momentánea del estado consciente ordinario y luego surge una claridad consciente: nuestra mente esta atenta durante el estado del sueño. La fortaleza de nuestra meditación en el Lama es lo que hace esa consciencia posible. El Lama esta a la altura del corazón en la forma pura de Dharmakaya, cuya luz irradia desde su cuerpo. Nuestra mente, que es inseparable de la mente del maestro, se identifica con esa luz. Esto disipa lentamente la inconsciencia del estado ordinario del sueño. Aunque completamente dormidos, nuestra consciencia se incrementa y nuestra mente se vuelve más y más clara.

Un signo de esa claridad es que percibimos nuestro propio cuerpo dormido. No lo vemos compuesto de carne como normalmente lo percibimos sino como un objeto transparente brillando con luz radiante viniendo del lama en nuestra mente. Si nuestra mente es bastante estable, nuestra mente dormida percibe nuestro cuerpo tan brillante que puede irradiar luz a todo el cuarto. Aunque dormidos podemos ver el cuarto y los objetos que hay en él. Podemos ver claramente que no podemos estar seguros de cuando estamos dormidos o despiertos. Esto solo es posible cuando uno tiene una maestría completa en la ocurrencia de las tres experiencias de gozo, claridad y no conceptualización durante la meditación despierta. Una vez estabilizadas, esas experiencias aparecen durante el sueño en su forma particular. El hecho de poder ver el cuarto donde dormimos esta asociado con la clara luz de un tranquilo estado mental. Este aparece en aquellos que han practicado la meditación shinay. Uno puede ver el cuerpo tan claramente que pareciera que la luz interior es una imagen de destellos de luces de diferentes colores. Y si la meditación es muy estable es posible incluso moverse, la mente se mueve dentro del cuarto e incluso a los lugares adyacentes. Uno puede viajar de un lugar a otro. Esta es una explicación teórica de las posibles experiencias que uno puede tener mientras dormimos si meditamos lo suficiente durante el día. Querer alcanzar estos estados no es suficiente, ellos son el resultado natural de una profunda y frecuente meditación.

Esas experiencias no crean ninguna ansiedad en la mente. La mente descansa en el mismo estado que cuando practicamos una profunda meditación Shinay, esta completamente relajada, muy clara y sin ningún apego. Esta llena con las tres experiencias de gozo, claridad y no conceptualización. En ese estado los órganos sensitivos son muy agudos y claros, lo que significa que podemos ver, oír, oler, sentir y saborear, esas experiencias continúan llegando a la mente que duerme, pero a diferencia de lo que sucede cuando estamos despiertos: consideramos todas las sensaciones igualmente, recibiéndolas felizmente. No consideramos, por ejemplo, que algunos sonidos son muy fuertes o insoportables. A medida que la meditación despierta progresa y nos libramos nosotros mismos de las experiencias shinay y desarrollamos una profunda meditación de sabiduría primordial, la clara luz del sueño se hace más brillante y se libera a sí misma de estas experiencias. Esto aparece naturalmente. No necesitamos cambiar la técnica o practicar otra meditación mientras caemos dormidos. Simplemente necesitamos mantenernos en la practica y orarle al lama antes de dormirnos y por el poder de nuestra meditación despierta la meditación apropiada ocurrirá durante el sueño.

Este tipo de meditación también se desarrolla al momento de la muerte. Aquellos que tienen una fuerte experiencia meditativa alcanzan la Budeidad en los segundos que siguen a la muerte y no tienen que experimentar el bardo. Para aquellos que practican regularmente una meditación sin perfeccionarla, la consciencia se establece en un estado similar al de la meditación que practicaba mientras estaba vivo (shinay, lhaktong o mahamudra). Si esto no conduce a la liberación un pensamiento sutil aparecerá en la mente y disparará en la mente la experiencia del bardo. Es similar al dormir, pero un pensamiento sutil durante el dormir nos conducirá a un sueño en vez del bardo. Tan pronto como el sueño aparece, un buen meditador se proyecta a sí mismo como una deidad y aparece como tal en el sueño, realizando que todo es una ilusión y manteniendo ese estado de consciencia mientras dure el sueño. Cuando hay menos capacidad, uno comienza a soñar y al cabo de un rato se da cuenta que esta soñando. Nos damos cuenta del carácter ilusorio del sueño creado en nuestra mente. Con esa realización de la naturaleza del sueño, nada que suceda en él puede hacer que el soñador sufra.

Cuando comprendemos que el sueño no es real y es sólo una ilusión o el juego mágico de la mente no se crea ningún apego durante el sueño. Aprendemos a mantener la mente en la naturaleza última mientras dormimos. No utilizamos el sueño para tratar de hacer o llevar a cabo algo, ni para encontrarnos con personas en diferentes lugares durante el estado del sueño. Esa clase de objetivos sólo ayudan a incrementar la confusión del sueño. Estar conscientes de que estamos soñando ayuda a comprender la naturaleza del sueño, la realización de que es una creación mental de una mente confundida. Esas son solo experiencias y sensaciones que se sienten durante el sueño y que se purificarán naturalmente. Ese proceso es el camino de la meditación durante el sueño.

Lama Gendyn Rinpoche

sábado, 9 de mayo de 2015

Inmortalidad y Sabiduría

Para quien vive su vida plenamente, para quien ha aprendido a vivir, la muerte es un momento precioso, la cúspide de la vida, un momento clave en la realización interior.

En cambio, para quien vive sólo "por vivir", el solo pensamiento de la muerte genera un conflicto íntimo, miedo, depresión... o una apatía resignada en el mejor de los casos.

Ya lo dijo Calderón de la Barca: 
"¿quién hay que intente reinar 
viendo que ha de terminar 
en el sueño de la muerte...?" 

La muerte es un gran sueño para quien vive en el "sueño de la vida".  Calderón es más elocuente aún en su "Monólogo de Segismundo": 
"sueña el que a medrar empieza 
sueña el que afana y pretende 
sueña el que agravia y ofende
y en el mundo en conclusión 
todos sueñan lo que son 
aunque ninguno lo entiende".

Quizás pensemos que tenemos una buena vida: una buena esposa o esposo, hermosos hijos, un buen trabajo, una linda casa, viajes... es suficiente para algunos. Sin embargo deberíamos ser un poco más exigentes, aunque no estoy hablando de más hijos o una casa más grande... Tampoco estoy hablando de buscar "un sentido" a nuestra vida. La vida es algo demasiado fundamental para que tengamos que buscarle un sentido. La vida ya tiene un sentido. Entonces tenemos que buscar "el sentido" de la vida. 

Sería interesante trasladarnos aquí, con la imaginación, a nuestra primera infancia, cuando apenas podíamos caminar y aún nos orinábamos en los pañales. Tal vez podamos volver a sentir un "gusto", un "sabor psicológico" muy especial. Cuando éramos niños asumíamos la vida como un todo, sin principio ni fin.

Y quizás podamos recordar una tristeza muy particular… acaso todavía esté en nuestra memoria: cuando comenzamos a percibir que no éramos inmortales, cuando descubrimos que íbamos a morir.

En realidad no es que hasta ese momento hayamos sido tontos o ignorantes. Es que la idea de la muerte esta apoyada en la presencia del "ego"… la idea de la muerte surgió en nuestra primera infancia, cuando la personalidad comenzó a manifestar el ego. En algún momento empezamos a "vivir por vivir", a "vivir la vida" como solemos decir, con pasiones, ansiedades, preocupaciones, temores... Lentamente, sin darnos cuenta, apoyados en nuestros deseos y apegos, dejamos de ser inmortales.

No estoy hablando del cuerpo, está claro; muchos niños pequeños mueren diariamente en el mundo y aún antes de nacer. Estoy hablando de la esencia inmortal, esa que conocía y manejaba nuestra vida, esa que no necesitaba "buscar un significado" porque conocía el "por qué", el "para qué" y el "cómo".

Nuestra personalidad, apoyada en el ego (en su carácter múltiple) empezó a "vivir por vivir". Jugamos, lloramos mucho, fuimos a la escuela, estudiamos, trabajamos... nos casamos, viajamos, nos divorciamos, nos ascendieron...

Quizás algún día nos preguntamos: ¿para qué hago todo esto? Es un feliz día en que la autorreflexión nos indica el camino de regreso, porque, por más que lo ocultemos con distracciones, sabemos que vamos a morir… y no sabemos para qué estamos viviendo.

Aquí es el momento en que deberíamos comenzar a vivir focalizados en la muerte. Si así lo hacemos, comenzaremos el retorno a la esencia de nuestra vida. Cuando aprendemos a morir en nuestros defectos, en nuestros deseos y apegos, reconquistamos la esencia inmortal, regresamos a aquellos momentos en que éramos libres, puros, auténticos, conscientes, inmortales… 

"Morir para vivir", de eso se trata, eliminado todo aquello que nos hace ignorantes, débiles, tristes, iracundos, miedosos, pasionales, etc., en definitiva eso que llamamos habitualmente "ego".

Buscamos eso que no es permanente, lo que caduca, lo comprendemos y lo eliminamos. Entonces sólo queda aquello que vive, la vida misma, eso que sentíamos cuando éramos niños pequeños, mientras apenas gateábamos en el piso de nuestra casa...

Pero además, de esta manera, cuando volvemos a ser libres, somos también sabios. Cada vez que nos conocemos dentro de un pequeño ego, cada vez que logramos liberarnos de uno de esos enanitos de Gulliver, conocemos un poco más de la vida. ¿No es maravilloso? La vida, que no nos necesita, que "es" más allá que estemos o no, nos da sin embargo una oportunidad: la oportunidad de ser sabios. ¡Inmortales... y ahora sabios!

La muerte física deja entonces de ser un conflicto psicológico. La muerte psicológica, la eliminación de nuestros infelices egos, hace “revivir” a nuestra esencia inmortal.

La sabiduría nos enseña entonces que la muerte física es el merecido regreso a casa. Para el hombre común y corriente, en cambio, es sólo una tribulación en el inacabable ciclo de la existencia...

Embid A.Maciel

jueves, 7 de mayo de 2015

Un hombre de avanzada edad

Un hombre de avanzada edad llamo a la puerta de un monasterio.

Aunque era analfabeto y muy ignorante, vibraba en el, el deseo de purificarse y encontrar la libertad interior. Solicito humildemente que le aceptasen como novicio, pero los monjes y el abad del monasterio se dieron cuenta de que era analfabeto y de muy corto entendimiento intelectual.
Le consideraron totalmente incapacitado para leer los sermones de Buda, recitar mantrams o poder efectuar las ceremonias sagradas. Pero contemplaban en el anciano mucha motivacion espiritual y un ardiente deseo por perfeccionarse.

¿Que hacer, pues? No podia llevar a cabo ningun tipo de estudios, no entenderia la escencia de los metodos meditacionales y ni siquiera comprenderia el sentido de los rituales.
¿Que hacer entonces? El abad y los monjes hablaron sobre el tema unos minutos y decidieron permitirle al hombre que se quedara en el monasterio. Pero, aunque fuere porque no se sintiera humillado, alguna ocupacion habia que asignarle. Le dieron una escoba y le dijeron que se encargara de mantener limpio el jardin del monasterio.

Iban transcurriendo los meses y los años. El anciano se aplicaba con minuciosidad y esmero a su sencilla tarea. En los frios amaneceres del pais de las nieves, imperturbado y muy atento, el hombre barria con precision el jardin. Ni un solo dia falto a su deber. Y poco a poco los novicios, monjes y lamas comenzaron a darse cuenta de que el anciano habia conseguido un notable y evidente avance espiritual, un gran progreso animico. Siempre era afectivo, nunca se inmutaba y era ecuanime en las palabras. Los monjes y lamas, extrañados, decidieron preguntar al barrendero que practicas o metodos especiales habia desarrollado para conseguir un estado de mente tan lucido, estable y ecuanime. El anciano dijo:

"No, amigos, no he hecho nada especial, podeis creerme. Diariamente, con mucha atencion, me he dedicado a limpiar el jardin. He puesto, eso si, mucho esmero y amor cada vez que barria la basura y limpiaba el jardin, pensaba que estaba barriendo la basura de mi corazon y limpiando mi espiritu. La verdad es que asi, dia a dia, me he ido sintiendo mas sosegado, contento y lucido.

Del libro: Cuentos del Tibet
Autor: Ramiro Calle

miércoles, 6 de mayo de 2015

La piel, la mantequilla y el sol


   En el Tíbet, las pieles nuevas se ponen al sol y se frotan con mantequilla para hacerlas más suaves. El practicante es como una piel nueva: duro y áspero, con una visión limitada y una rigidez conceptual.

   La enseñanza (dharma) es como mantequilla que se le frota mediante la práctica, y el sol es la experiencia directa; cuando se aplican ambas, el estudiante se vuelve suave y maleable. Sin embargo, la mantequilla se guarda en bolsas de piel y cuando se deja ahí por muchos años, la piel se vuelve tan dura como la madera y no es posible suavizarla nuevamente, no importa cuanta mantequilla nueva se use.

   De la misma manera, alguien que pasa muchos años estudiando las enseñanzas, intelectualizándolas y teniendo poca experiencia directa de ellas, es como la piel endurecida.

   Las enseñanzas pueden suavizar la piel endurecida por el condicionamiento y la ignorancia, pero cuando se guardan en el intelecto y no se frotan en el individuo por medio de la práctica, ni se calientan con el sol de la experiencia directa, puede volverse rígido y duro en su comprensión intelectual.

   Entonces las nuevas enseñanzas no lo suavizarán, no podrán entrar en él, ni cambiarlo. Debemos tener cuidado de no guardar las enseñanzas como conceptos intelectuales solamente, ya que la comprensión intelectual en si misma se vuelve un impedimento para la sabiduría. Las enseñanzas no son ideas para coleccionar, sino un camino a seguir.

Del libro "La Yoga de los Sueños" de Tenzin Wangyal Rinpoche